El río azul en mi Isla...


Pablo J. Rico

TRIBUNA BALEAR

Soy aragonés de nacimiento y me siento mallorquín de adopción... Me crié junto al río Ebro y vivo ahora feliz en esta isla... Los ríos, el mar, el agua... han sido referencias fundamentales en la construcción de mi imaginario, de mi lenguaje, de mi universo de símbolos y metáforas de la vida... son mis paisajes naturales, las respuestas más hermosas para una mirada casi siempre descreída... Los ríos, los mares... y los desiertos...

En su libro Las ciudades invisibles, Italo Calvino nos describe Despina, una ciudad en el límite de dos desiertos... uno, el mar, un desierto salado que se extiende indefinido y la rodea; otro, el desierto de tierras áridas, arenas; ambos desiertos que atravesar y padecer. Despina es una ciudad, un oasis de agua dulce tanto para el camellero como para el marinero... El agua dulce es la vida, el bienestar y el reposo, la metáfora más exacta del deseo y el placer, la hipótesis más segura de encontrar compañía. Junto al agua dulce hay gente con la que conversar, mirarse a los ojos, enamorarse... Donde hay agua dulce siempre hubo historias que contar y habrá futuros en los que soñar e imaginar esperanzados... Donde hay agua dulce vive la gente común, los de siempre y los nómadas viajeros que a su costado se refugian y entretienen por un tiempo... Donde hay agua dulce se refrescan los recuerdos...

Nací en Zaragoza, un oasis en medio de un inmenso desierto, a orillas de un río de agua dulce, de vida, de historia... Desde hace diez años vivo en esta isla, también oasis, también vida, historia, futuro... porque quiero. Quiero a mucha gente de allí y de aquí... Uno es de donde quiere ser... y en donde se quiere.

Tenía que escribir esto —sean indulgentes, por favor, con las emociones— antes de decirles que el sábado a las siete de la tarde estuve en la «Marcha Azul» contra el Plan Hidrológico Nacional y en defensa del Ebro, en defensa de las tierras del Ebro, a favor de una nueva cultura del agua, de un desarrollo más sostenible y solidario, contra los especuladores y tahúres de este escandaloso derroche de caudales públicos (de agua y de los otros). Salí a defender mi río en mi isla... Escribo mi río, mi isla, como escribiría «mi amor», «mi hijo», «mi vida»... —Ay, deliciosos y entrañables adjetivos posesivos.

Y es que esto es un escándalo; en mi opinión y en la de cada vez más gente, millones, muchos de ellos engañados en su buena voluntad al principio, cuando se empezó a hablar de la oportunidad de un Plan Hidrológico Nacional (PHN) que corrigiera los desequilibrios naturales y estableciera las bases de una necesaria solidaridad en el aprovechamiento del cada vez más escaso bien del agua. El PHN hace aguas por todas partes... por su patética inutilidad y torpeza y, sobre todo, por la certera puntería de las objeciones argumentadas de la Plataforma en Defensa del Ebro y el debate público que ha motivado su resistencia y manifestaciones. Esto ya no es una algarada de «tozudos» aragoneses, rústicos baturros y gente primitiva e insolidaria. Es la protesta masiva de gente con sentido común de todo el Estado, con al menos dos dedos de frente; de gente que aspira a tener futuro, que lucha por mantener sus esperanzas en él, de gente que no tiene miedo a compartir ese futuro, de gente generosa... pero no imbécil.

Por muchas cuentas trucadas que nos quieran vender, la gente sabe que en el Ebro, en las tierras del Ebro, en el Delta, no sobra mucha agua, cuando sobra... Sólo hace falta separarse unos cientos de metros, unos pocos kilómetros, de las venas verdes y el espejismo de las riberas del Ebro y sus afluentes. Las Bardenas navarras, los Monegros aragoneses y las sierras y los montes que flanquean el valle del Ebro son un auténtico desierto de vegetación, de gentes y de vida. Más de la mitad de los pueblos de Aragón están vacíos o se mueren de viejos, sin niños desde hace años, con pirámides de edad en forma de seta (venenosa)... Las poblaciones del Delta sólo pueden sobrevivir de la generosidad de las aguas del río ensanchándose y de su inteligencia para domesticarlas. Pero si no hay agua, la única inteligencia que les cabe es huir y emigrar, expulsados, abandonados, derrotados... Estos especuladores del PNH, en la embriaguez de su soberbia, no tuvieron en cuenta que para la gente pobre la dignidad es algo por lo que vale la pena luchar y enfrentarse desigualmente a la máquina del poder despótico (aunque democrático) de las mayorías parlamentarias. No les queda otra opción. Y así lo señalaron los viajeros perspicaces por el Aragón medieval, por el valle del Ebro... «que estas tierras son tan pobres y es tan duro sacar algún provecho de ellas, que si no fuera por sus fueros y libertades, hace tiempo que se habrían marchado...». Las gentes de las tierras del Ebro siempre han sido pobres, pero dignas... humildes y rústicas, pero libres y amantes de su libertad. Y el agua era casi su única alegría.

Gastarse un billón de pesetas (un montón de miles de millones de euros) en hacer trasvases para aplacar la sed de los sedientos pueblos de España es un despropósito y un despilfarro con alevosía y premeditación. El PHN es el trasvase del Ebro y poco más. Poco se dice y casi nada se plantea a favor de una nueva cultura del agua y la adopción de políticas de ahorro y aprovechamiento sostenible de los recursos cada vez más escasos del agua: mejores canalizaciones, evitar las pérdidas por filtraciones o evaporación, drenar y mantener limpios los cursos naturales, depurar integralmente las aguas residuales, aprovecharlas para usos secundarios, educar en el ahorro de su uso doméstico, impulsar y subvencionar modernos sistemas de regadío de menor consumo, racionalizar la utilización de desalinizadoras y su alimentación con energía solar o eólica, controlar el uso indiscriminado de pozos y la sobreexplotación de acuíferos, planificar la construcción de pequeños embalses estratégicos en las costas del Levante que domestiquen los efectos de las lluvias torrenciales y aseguren un depósito eficaz de parte de ellas, y tantas otras cosas más... Y también, por qué no, que estudien las futuras necesidades del valle, que construyan los embalses necesarios —no las monstruosidades de Yesa, Biscarrués y Santaliestra—, que respeten las necesidades del Delta... y que si algo sobra y algo falta... pues que lo transporten y lo usen con el mayor cuidado y ahorro; que hay que respetar el agua y mimarla antes que sea fecal, e incluso entonces...

Pero parece que el asunto es otro... un asunto de cemento, de poderosas corporaciones constructoras, de lobbies de poder político y económico en Levante, de pagos por fidelidades inconfesables, de previsibles empresas privadas que se ocupen de la «gestión» (negocio) del agua, de gigantescas operaciones especulativas en suelos rústicos yermos «transustanciados» en fértiles territorios para el ocio del «golferío» y parques acuáticos en antiguo secano, urbanizaciones indiscriminadas, los cultivos excesivos... Y es que se les ha visto el plumero y las ganas... Hasta su ministro de agricultura se atrevió a decirlo bien claro... que se iba a hacer «por c...», es decir, por huevos de su ramo...

Hace unos pocos años casi no había agua dulce en esta isla —¿recuerdan el sabor inmundo de su densa salinidad?... La imprevisión, la ineficacia, la explotación excesiva de los acuíferos, salinizaron nuestros pozos... Aquellos meses nos salvó el agua del Ebro traída en barco desde las costas del Delta. Hubo que pagarla, cómo no... Pero nos salvó de la sequía, de la sed, del sabor inconfundible del desierto... Seguimos siendo un oasis en medio del Mediterráneo porque tenemos agua dulce que ofrecer, y junto a ella, vida, historia, futuro... Salgamos a defender lo que también es nuestro y nunca nos faltará cuando tengamos sed, que esa gente de río quiere y sabe cuidar el agua dulce, la vida, su historia, refrescar nuestros recuerdos... y es generosa, siempre lo ha sido. La virtud que mejor se cultiva en los oasis es la generosidad... La mayor virtud, la más conmovedora, de la gente humilde y pobre es su generosidad... comparten hasta lo que no tienen con el viajero... El sábado, a las siete, un río azul en mi isla, y yo estuve con mi gente... con los que quiero, de aquí, de allí...

Pablo Rico es consultor de arte.


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