Aniversario del Pacto del Agua
Mª. Victoria Trigo Bello
EBRO VIVO - Coagret
DIEZ AÑOS DE UN MAL PACTO
Hoy domingo 30 de Junio se cumplen diez años de la firma
del Pacto del
Agua en las Cortes de Aragón. Desde esa fecha, en muchos de nuestros
pueblos ha arreciado el declive de los censos, el Canfranero sigue sin
arrancar, Teruel insiste clamando en su desierto, alguna que otra línea
de
alta tensión nos fustiga el Pirineo y, para añadir otro garbanzo
negro a
nuestro deficiente cocido económico y social, el tema del agua ha subido
de
temperatura, acentuándose en los últimos tiempos las tensiones
que el mismo
suscita dentro de nuestra región. Y es que el Pacto del Agua, que nació
avalado por todas las firmas entonces con representación en nuestro ámbito
político, nunca ha sido la herramienta capaz de concitar el acuerdo en
materia hidráulica, por mucho que se obstinen todavía varios de
sus
progenitores en cantar sus virtudes como garante de reservas estratégicas
de agua y de otras hierbas prometidas.
Un pacto que asume que el bienestar de unos justifica el sacrificio de
otros, no es admisible en una democracia que se precie de tal. Pero
lamentablemente, no han bastado diez años para que se proceda a rectificar
o, mejor aún, a anular ese pacto para comenzar bajo nuevas premisas la
planificación de la utilización de los recursos hídricos
de Aragón y
considerando a los ríos en su estado natural -lo que les quede de
natural...- como los mejores depositarios del preciado bien del agua. Mal
que nos pese, el Pacto del Agua está ahí, encallado en cajones
o en
ceremonias de aparente debate donde cada cual repite su mensaje. El Pacto
del Agua permanece vegetativo, sin rango de difunto para ser enterrado, sin
dejar vía libre al imprescindible papel en blanco en torno al cual sentarse
a hablar. Algunos atisbos de admitir como interlocutores a los afectados,
aun siendo apreciables por lo que de novedoso representan, no son
suficientes para compensar por el crónico olvido a que se han visto
sometidos los territorios que han sido objeto y nunca protagonistas de las
decisiones que sobre ellos se han fraguado. De ahí mi razonable temor
a que
las intenciones de diálogo, incluida la comparecencia de Coagret en las
Cortes el pasado día once, sólo sean una muestra de cortesía
carente de más
contenido y trascendencia.
En esta década, ha habido quienes se han doblegado a las compensaciones
por vender tierra, historia, paisaje y sentimientos. También ha habido
quienes desde la mezquindad, han mercadeado con el dolor del vecino,
creando en torno a los núcleos de resistencia verdaderos cercos de opresión
que, afortunadamente, lejos de hacer reblar la valía de gentes con
conciencia de que el patrimonio de una corriente fluvial es mucho más
que
un puñado de hectómetros cúbicos moldeables a gusto del
mejor postor, han
contribuido a convertirles en referentes de lo que es la dignidad y la
defensa del derecho a vivir en armonía con la naturaleza y la libertad
de
hacerlo donde creen más conveniente, sin aspirar a crecer a costa del
perjuicio del prójimo. Conocer a esas personas, bastión de la
integridad,
es lo único aprovechable de esta década de aguas tan turbias y
considero
una responsabilidad y un honor sumar esfuerzos a la constancia de quienes
día a día, entre hostilidades a veces al filo del tabique, renuncian
a
arrimar el ascua del río revuelto a la rancia sardina del egoísmo
y
escriben altruistamente la historia que únicamente los medios más
nobles se
prestan a reflejar.
¿A qué aragonesismo y a qué futuro se refieren quienes
todavía hoy, con
planteamientos de hace un siglo, apuestan por seguir ahondando en la
fractura social que en Aragón suscitan las grandes obras previstas para
embalsar agua, oficialmente con vistas al regadío? ¿Y de verdad
que toda
ese agua es para regar... en Aragón? ¿Y con este indefendible
Pacto del
Agua piensan alcanzar la unidad para evitar el trasvase del Ebro? Quizás
se
refieran a la unidad del silencio de las minorías, como lienzo en el
que
resuene el griterío del sí al Pacto del Agua, versión baturra
del paseo
militar de la Moncloa.
Ya está bien de Ebromanías. El trasvase del Ebro es una bravuconada
del
gran capital, pero no es más honesto utilizar la lucha contra el mismo
para
ningunear la problemática que otros ríos conllevan. Si en nuestra
propia
casa abogamos por la destrucción definitiva del Ésera, del Aragón,
del
Gállego, del Jalón... ¿por qué no pueden reclamar
desde otros frentes el
caudal del Ebro para la operación triunfo de las urnas que más
pesan? Y si
tan importantes son esas obras crónicamente pendientes en Aragón
-acerca de
las que si preguntáramos a la ciudadanía en una encuesta en las
calles, en
los colegios y en diversos foros, posiblemente comprobáramos que muchos
aragoneses no saben ni detallar los nombres de los proyectos más
controvertidos- también cabría cuestionarse por qué únicamente
han salido
de su letargo cuando ha aparecido en escena el Plan Hidrológico Nacional
con el trasvase del Ebro como Neptuno de esta marea negra. ¿Acaso cabría
un
trasvase del Ebro sin los magnos embalses del Pacto del Agua, precisamente
las obras que con más urgencia se demanda para el pretendido progreso
de
Aragón?
Y en este gota a gota de interrogantes, con el personal crispado por los
regadíos que no llegan ni llegarán, con la sequía que no
se soluciona con
hormigón, con el repetido acoso a quienes quieren vivir junto a los ríos,
con los tribunales con la balanza en el aire, así, tan inútilmente,
el
Pacto del Agua ha cumplido diez años, diez años perdidos en la
historia de
Aragón, diez años de una convivencia fracasada, diez años
sin liderazgo
para tomar eficazmente las riendas de esta Comunidad Autónoma tan
maltratada por sus propios gobernantes y tan burlada desde Madrid.