Viaje al frente del Ebro


Manuel Trallero. La Vanguardia

Hemos ido y hemos vuelto, sanos y salvos, sin haberse registrado bajas en las filas de la comitiva oficial. Ha sido una expedición evangelizadora en tierra de misiones, poblada por infieles pertenecientes a la plataforma antitrasvase, un acto de propaganda política en el más rancio estilo, un día en las comarcas. El Ebro es como la marca, el límite preciso, la frontera. Toda Cataluña está dominada por el imperio de Convergència i Unió. ¿Toda? Toda, no: allí, como en la aldea de Astérix el galo, en las Terres de l'Ebre, resisten a las huestes de César/Pujol.

Nos hemos infiltrado, pues, tras las líneas enemigas, con sigilo, casi con alevosía, premeditación y nocturnidad, y hemos ido a parar a un recodo del río, en la quinta puñeta, donde Cristo dio las tres voces. Había más indios que caballos, es decir, más Mossos d'Esquadra que habitantes tiene Tivenys, el lugar de autos, algunos ataviados como irían Mortadelo y Filemón de incógnito al baile de la Rosa del Principado de Mónaco.

La excusa era la firma de un acuerdo entre la Agència Catalana de l'Aigua, que dirige con el ánimo que la caracteriza la señora Marta Lacambra, y la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE). Para semejante acto se han desplazado, amén del conseller de Medi Ambient, el señor Espadaler, que tiene un extraño parecido con el señor Antoni Bassas, tres coches, tres, para transportarle, tal si fuera el brazo incorrupto de santa Teresa de Jesús, amén de la "cap de gabinet", la "cap de protocol", el "cap de premsa", y "tutti quanti". Por un momento he pensado que estaba en la firma del tratado de Versalles o en el de no proliferación de armas nucleares. No podía ser cierto, porque era yo el encargado de cubrir el acontecimiento, y no alguien importante. Pero la verdad es que el personal les ha castigado con el látigo de la indiferencia, y nadie les ha hecho la ola, no se veía ni un alma, ni caso. Podrían haber firmado el papel de marras en un búnker, en un globo o en la salita de estar de mi casa, y el resultado hubiera sido el mismo.

Ha sido un viaje de mucho provecho. La "cap de protocol" me ha explicado que, desde los tiempos más remotos, el conseller de Medi Ambient se desplaza en un vehículo de la marca Saab, porque es reciclable en un 90%, cosa que me ha producido una honda satisfacción y un instante de emoción. Amén de ello me he enterado de que, gracias al papel firmado entre ambas administraciones, tendremos en nuestro río los controles que supongo yo que deben de existir desde hace tropecientos mil años en el resto del hemisferio norte. En cualquier caso, es una gran alegría, porque si se vuelven a repetir los vertidos de mercurio de hace cinco meses, lo podremos detectar antes. Porque, como muy bien ha dicho el señor Espadaler, "el riesgo cero tiene un coste infinito".

Así que esto es lo que hay.

El acto se ha cometido bajo una carpa, como un entoldado de esos que se ponen para los convites de las bodas, poblado fundamentalmente de indios buenos, es decir, alcaldes de Convergència -el alcalde socialista de Tortosa no ha hecho acto de presencia- que tenían una mirada beatífica, como si estuvieran viendo a Papá Noel bajar del trineo cargado de regalos, y miembros de la prensa canallesca, que, provistos de un apetito estremecedor, han dado cumplida cuenta del pesebre que se ponía a su alcance.

Lo que en cualquier país civilizado forma parte de la más pura de las rutinas administrativas, aquí ha sido elevado casi a la categoría de jornada histórica. Es decir, sin novedad en el frente de la batalla del Ebro.


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