Tarificación del agua


Maruja Sornosa

En el último Plenario de Estrasburgo, el Parlamento Europeo debatió un Informe sobre política de tarificación del agua que contenía una referencia crítica al Plan Hidrológico Nacional. El desarrollo del voto y su resultado final fue publicado en la prensa no sin cierta confusión. Sin embargo, lo ocurrido durante este Pleno de noviembre puede calificarse de doble éxito de difícil explicación y fácil manipulación. Vamos a intentar explicar brevemente el procedimiento que nos aclare mejor esta premisa.

Todo comenzó cuando el pasado año quedó aprobada la Directiva Marco del Agua que, en su artículo noveno, sentaba las bases para futuras políticas de tarificación, inspiradas en el principio de la recuperación de los costes de los servicios relacionados con el agua. La Comisión Ejecutiva, cumpliendo este mandato, presentó una Comunicación datada en julio del 2000 y titulada "Política de tarificación y uso sostenible de los recursos hídricos", para su posterior revisión por parte del Parlamento Europeo, el Consejo, y el Comité Económico y Social. Siguiendo los procedimientos habituales, la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento Europeo designó a la diputada popular austríaca Marialiese Flemming como ponente.

Durante el debate en Comisión ya surgieron discrepancias sobre importantes aspectos de fondo del Informe. En particular, la ponente presentó unas enmiendas intentando conseguir un compromiso a favor de la consideración del agua como bien básicamente económico, de manera que lo que nosotros consideramos un bien de derecho universal, podía quedar sujeto a mercado y entrar en la espiral de la oferta y la demanda. Una espiral que, evidentemente, beneficiaría a quien tiene más medios para adquirir este recurso de primera necesidad.

La posición que los socialistas difundimos en todo momento era, pues, que el agua es un derecho universal humano y que, aunque pueda gestionarse de manera privada, su titularidad debe quedar en la esfera de lo público con el fin de atender las consideraciones sociales que también lleva implícitas.

Paralelamente, y también en el marco del Informe Felmming, presentamos una enmienda de crítica al PHN como paradigma de malas prácticas en gestión de recursos hídricos y como modelo contrario a todos los acuerdos sobre desarrollo sostenible que los países miembros de la Unión Europea se comprometieron a aplicar en la Cumbre de Gotemburgo de junio pasado. Dicha enmienda, cofirmada por socialistas, Izquierda Unitaria y Verdes, prosperó con el apoyo de los liberales, siendo el Partido Popular Europeo -y no precisamente la totalidad de sus miembros- los únicos que votaron en contra del párrafo de crítica al PHN.

El Pleno de noviembre en Estrasburgo debía servir para reiterar lo aprobado en Comisión, pero no fue así. Con una maniobra en absoluto relacionada con el tema de la tarificación -los liberales esperan obtener el apoyo del PP para impulsar a Patrick Cox a la próxima presidencia del Parlamento-, se fraguó una mayoría de centro-derecha en favor del nuevo intento de introducir las enmiendas sobre la concepción mercantilista del agua que, como ya hemos explicado, no prosperaron en Comisión. El desarrollo de la votación permitió que las enmiendas de Flemming fueran aprobadas pero, minutos más tarde, quedaba rechazada la enmienda de supresión que el PP había presentado para intentar eliminar la referencia crítica al PHN español. Así estaban las cosas de cara al voto final de la totalidad del Informe: habíamos conseguido introducir un toque de atención contra el Plan de Matas pero, por otro lado, si votábamos favorablemente el resultante del Informe Flemming, aprobábamos también abrir una puerta a la concepción mercantilista del agua alejada de consideraciones sociales. Por lo tanto, ¿qué podíamos hacer?, ¿qué estrategia debíamos seguir?

Justo antes del voto del Informe final, y dada la presión tan intensa que el PP español ejerció sobre la Sra. Flemming, la ponente tomó la palabra para declarar que renunciaba a su texto así enmendado -incluidos todos los demás aspectos ideológicos y socioeconómicos de gran importancia que había estado defendiendo- y que solicitaba al resto de sus colegas que votaran en contra de su propio Informe.

Por nuestra parte, los socialistas, Izquierda Unitaria y los Verdes teníamos a penas unos instantes para decidir. Por un lado, no podíamos dar nuestro acuerdo a un texto que contenía claras referencias a un mercado insolidario del agua, pero por otro, la no aprobación del Informe Flemming suponía que nuestra enmienda crítica al PHN no sería emitida como parte de una resolución del Parlamento.

Tomando en cuenta la responsabilidad de que todo lo que emitan las Instituciones europeas a partir de ahora servirá para sentar las bases de las políticas futuras de tarificación, los diputados socialistas decidimos votar abstención. Como socialistas y progresistas, no podíamos permitir un texto que aconsejara a la Comisión un modelo insolidario de tarificación del agua, aunque contuviera una muy merecida crítica al Plan Hidrológico Español. Por eso nos diferenciamos en el voto con los Verdes: las consideraciones ecológicas, sin las sociales, no van a ninguna parte.

Personalmente, considero que, con la abstención, la batalla política está igualmente ganada. En el Parlamento se criticó públicamente el PHN, lo recogieron todos los medios de comunicación y así, en forma de crítica, llegó a la población y al mismo gobierno de Aznar. Y, por lo que respecta al Informe Flemming, los socialistas podemos estar orgullosos de haber conseguido pasarle a la Comisión el mensaje de que toda futura política de tarificación debe tener entre sus objetivos prioritarios la consideración del agua como un derecho de la ciudadanía, como un derecho humano.

Hemos preferido renunciar a un éxito fácil, inmediato y demagógico porque, con el Informe Flemming estaban en juego muchas más cosas que criticar la gestión que el PP propone para nuestros recursos hídricos en el PHN. Creo firmemente que el tiempo nos dará la razón ante un Plan que, como muy bien se está denunciando desde la ciudadanía, es insolidario, no resuelve los problemas de suministro de las regiones deficitarias, no es respetuoso con la legislación medioambiental europea existente, afecta gravemente a hábitats y especies protegidos e, insisto, no tiene en cuenta lo que el gobierno español, junto a los otros Estados miembros, se comprometió a respetar en Gotemburgo para la consecución de una Europa de desarrollo sostenible.

Maruja Sornosa
Bruselas, a 22 de Noviembre del 2001


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